Ese día quise volverme loca, me puse mi mejor vestido y salí a andar a ese enorme jardín trasero que a esa edad era más un mundo encantado que un grupo de árboles frutales y flores silvestres.
Tomé mi conejo blanco y el libro nuevo que estaba leyendo, en una canasta puse unos sándwiches y un par de zanahorias y le anuncié a mi mamá que me iba. Me enojé por su modo de no tomarme en serio, exigiéndome que llegara a cenar. Salí con mis mejillas infladas del enfado, y la cara colorada. Copito y yo jugamos toda la tarde intentando encontrar una puerta a otro mundo, un mundo donde las madres se preocuparan si sus hijas decidian marcharse, un mundo lleno de dulces, sabores y colores maravillosos, un mundo donde poder ser princesa, y tener a copito como mi primer ministro.
Ya a las 8 de la noche estaba hambrienta y muerta de frío. Me tragué mi orgullo y entré a cenar, prometiéndome aún así, que mañana regresaría a buscar ese pasadizo a mi mundo ideal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario