"Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper."

viernes, 31 de diciembre de 2010



Se sentó a esperar el año nuevo que vendría, era absurdo en realidad, después de todo, eran recién las tres de la tarde y el calor en ese momento era insoportable. Pero ella parecía no notarlo. Sentada en su patio con un grueso libro en el regazo como único acompañante observaba la leve brisa que movía casi indescriptiblemente las copas de sus árboles.
Una brisa más fuerte removió su cabello haciéndola despertar de su ensoñación. Volvió a observar algo invisible, a sentir como el tiempo se derretía a su alrededor, a esperar a que ese año terminara.

Como todos los años volvió a sentir que dejaba algo atrás, un dolor tirante de esos que cuando los sientes te entran ganas de llorar y gemir, pero no lo haces, porque sabes que no es el peor dolor del mundo, y solamente te detienes a apretar los dientes y volver a levantarte.
Eso es lo que ella estaba haciendo, alzar la barbilla, apretar los dientes, pasar del dolor, ignorarlo, obligarse a olvidarlo.

Abrió su libro, se sumergió en la historia dejando de lado el dolor, ocultándolo tras una puerta, e intentando librarse de la llave.

Así es como se la pasaba sus años nuevos: extrañando el año viejo y sufriendo algo a lo que no encontraba nombre, algo a lo que le decían soledad.

martes, 28 de diciembre de 2010

Verano en Palermo

Me gustaba que mi vida fuera así. Sentir el fresco llamado de la libertad, o quizás solo era la brisa veraniega que se acercaba a alejar ese bochornoso calor que me coloraba las mejillas.

Ese verano había sido especial, dejé de lado las preocupaciones cotidianas y me dediqué a recorrer el mundo, o al menos ese pedacito de mundo:
Palermo, esa ciudad alocada y bulliciosa llenó mis pulmones durante esas semanas. Me sentía libre entre la multitud, el barullo, el ir y venir apresuradamente, mientras yo, paseaba con aire relajado, sin ninguna obligación y casi sin idea de dónde dirigirme. Debo admitirlo, a veces me desorientaba.

A veces con un antojo de soledad, decidía acercarme a la campiña a disfrutar de mi propia compañía. Los rayos del sol se enredaban en mis cabellos, y jugueteaban por mis pestañas. El césped y las flores lamian mis vestidos y me invitaban a descansar a la sombra de los árboles.

Luego hacia un viaje a las panaderías y me atiborraba de pastelillos de diferentes tamaños y colores.
Paseos sin sentidos, bañados a esos tiernos atardeceres que traían el fresco rocío nocturno que acaricia tu piel.

Noches dulces y suaves me llevaban en sus brazos, anuncios luminosos llenaban mis ojos.
Todo parecía mágico en Palermo. Todo tenía ese olor a nuevo que termina haciéndose tan familiar, que te envuelve por dentro y trata de retenerte. Ese olor que tanto extraño. Con ese olor a... Palermo.

sábado, 25 de diciembre de 2010

Esas tardes de otoño en Valencia

Era una de esas tardes de otoño que traen a tu boca el sabor de los caramelos de miel de la abuelita.
Ese olor a madera húmeda impregnaba el ambiente y una suave brisa corría refrescando todo.


Ella pasaba la punta de los dedos por la verja de su casa, absorbiendo las texturas. El tocadiscos que había dejado sobre una silla frente a la ventana deslizaba una suave pero alegre melodía sin palabras. Quizás en un rato más se sentara junto al estanque a mirar su reflejo y luego deshacerlo con sus pies descalzos, pero por el momento estaba ocupada en otras cosas.


Buscaba olvidarlo todo, el misterio que guardaban sus miradas, sus sonrisas, lo que le había llenado su corazón por años, todo lo que él representó para ella y sobre todo el amargo nudo en su estomago que aún no lograba desatar.


Y solo imaginaba una forma de conseguirlo, zambulléndose en su cuento de hadas, que ella misma había creado, con los pedazos de sus sueños destrozados. Por eso ahora caminaba como levitando, con la mirada perdida, viendo lo que quería ver, saboreando con sus manos esa verja, lo único que por el momento le permitiría volver atrás.


Pero ese mundo que había creado era demasiado perfecto para seguir adelante, solo se dedicaba a contemplarlo, a dejar que los hilos de su mente le acariciaran sacando algo de aroma dulzón. Luego no podía más, se detenía, volvía a estar en el patio de su casa, acariciando la verja mientras avanzaba lentamente en una tarde de otoño.


En el fondo sabía que él no iba a volver como en su cuento de hadas, porque ella no era la única que sus brazos podían cargar, ni tampoco sus cabellos ambarinos lucían una esplendida corona. Por eso lo único que hacía con su mundo de hadas era escocer la herida.


Pero no se daría cuenta de ello hasta mucho tiempo después. Aún después de que alguien más curara su corazón. Mucho después de que otros lo pisotearan. No, ella solo se daría cuenta cuando ya ha una entrada edad, se sentara sobre una mecedora y se dispusiera a recordar aquellas tardes de otoño en Valencia.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Nos devorábamos el mundo

Dejé que la pintura de uñas se secara dando relucir al máximo su tono.
Sentí como la música y las risas inundaban el ambiente. Por fin el rosa intenso quedó plasmado en mis uñas. Mis amigas y yo nos preparamos para salir a conquistar el mundo con nuestras sonrisas. Nos vestimos de diversos colores, nos llenamos las muñecas de pulseras y corrimos a la libertad de la acera.


Nos divertíamos mucho, siempre supimos sacar lo máximo de diversión de las cosas pequeñas. Nos burlábamos de los letreros en la calle, fingíamos interesarnos en los diferentes objetos que relucían en las vitrinas. Casi todo era sinónimo de un mar de risas. Caminábamos por la calle dando saltos, empujándonos unas a otras y guiñándole el ojo a alguno que otro chico guapo que se detuviera a mirar nuestro escándalo. Al final llegamos a la plaza, como todas esas tardes en las que salíamos como reinas a la calle a devorarnos el mundo, y observamos como el sol se escondía dando paso a la noche.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Piscinas



Ahí estaba , ese mar multicolor que tiraba de tí hacia dentro.
Nuevamente las ganas de correr y saltar a sus brazos, de hundirte en el y dejar que la felicidad se escape gota a gota.


Sin pensarlo más me deje llevar, mientras las risas se escapaban de mi boca. Nuevamente salté a la piscina de pelotitas.