"Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper."

sábado, 25 de diciembre de 2010

Esas tardes de otoño en Valencia

Era una de esas tardes de otoño que traen a tu boca el sabor de los caramelos de miel de la abuelita.
Ese olor a madera húmeda impregnaba el ambiente y una suave brisa corría refrescando todo.


Ella pasaba la punta de los dedos por la verja de su casa, absorbiendo las texturas. El tocadiscos que había dejado sobre una silla frente a la ventana deslizaba una suave pero alegre melodía sin palabras. Quizás en un rato más se sentara junto al estanque a mirar su reflejo y luego deshacerlo con sus pies descalzos, pero por el momento estaba ocupada en otras cosas.


Buscaba olvidarlo todo, el misterio que guardaban sus miradas, sus sonrisas, lo que le había llenado su corazón por años, todo lo que él representó para ella y sobre todo el amargo nudo en su estomago que aún no lograba desatar.


Y solo imaginaba una forma de conseguirlo, zambulléndose en su cuento de hadas, que ella misma había creado, con los pedazos de sus sueños destrozados. Por eso ahora caminaba como levitando, con la mirada perdida, viendo lo que quería ver, saboreando con sus manos esa verja, lo único que por el momento le permitiría volver atrás.


Pero ese mundo que había creado era demasiado perfecto para seguir adelante, solo se dedicaba a contemplarlo, a dejar que los hilos de su mente le acariciaran sacando algo de aroma dulzón. Luego no podía más, se detenía, volvía a estar en el patio de su casa, acariciando la verja mientras avanzaba lentamente en una tarde de otoño.


En el fondo sabía que él no iba a volver como en su cuento de hadas, porque ella no era la única que sus brazos podían cargar, ni tampoco sus cabellos ambarinos lucían una esplendida corona. Por eso lo único que hacía con su mundo de hadas era escocer la herida.


Pero no se daría cuenta de ello hasta mucho tiempo después. Aún después de que alguien más curara su corazón. Mucho después de que otros lo pisotearan. No, ella solo se daría cuenta cuando ya ha una entrada edad, se sentara sobre una mecedora y se dispusiera a recordar aquellas tardes de otoño en Valencia.

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