Tenía ganas de gritar. De salir corriendo hasta que mis pies
no dieran más. De ir destrozando todo a mí paso. De saltar, de chillar, de
olvidarme de la existencia de los demás.
Nada, no hice nada.
Otra vez me encerré en mi burbuja, alcé la barbilla y
observé la realidad con mi mirada calculadora, de esas que se comen el mundo y
lo moldean a sus pies.
Por dentro la chica intentaba revolucionarse, por fuera era
la de siempre, la inamovible, la que nada parece afectarla, la misma chica que
todas las mañanas miro a través del espejo del baño, con esos fríos ojos y esa
actitud indiferente, la que no derrama lágrimas por nada, la que parece una
estatua, esa de ahí.
Me dan ganas de lanzarle una estruendosa cachetada, pero no
lo haga, y no sólo por el hecho de que mi mano chocaría contra la lisa
superficie de cristal, sino porque sé muy bien que no es su culpa, que es el
mundo la que la hizo así, y no al revés.
Respiro hondo. Vuelvo a contener todo lo que tengo, vuelvo a
alzar la barbilla, vuelvo a ocultarme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario